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miércoles, 17 de noviembre de 2010

A pedir de boca


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"Ella decía que había que comer para gozar la vida, no sólo para vivir", le expliqué.

Y Suso: "Fíjate que incluso hablaba con la comida, conversaba con las ollas."
Ante la mirada escéptica de Bea, yo insistí, que sí, que era cierto. Lo recordaba bien. Mi madre no sólo cocinaba, también pedía, ordenaba, insultaba a los alimentos reacios a dejarse cocer y alababa a los propicios. Y Suso: "Si hasta tenía clasificaciones morales." ¿Qué decía de las patatas? Que eran serviciales. ¿Y de los garbanzos? Unos caprichosos. Además le gustaba cantar mientras cocinaba. Decía que al pollo le encantan las rancheras mexicanas. Y al pescado la música de gaitas.
Suso me miró sorprendido: "Yo eso no lo recuerdo." Pues yo sí.
A pedir de boca
José Manuel Fajardo
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A pedir de boca es atractiva. Desconcertante a veces, pero atractiva. Tan pronto es una novela de aventuras, como una de amor, como unas memorias. Y un marinero que quiere ser cocinero. Y un cabaret que también es bistró.
La novela (que se divide en dos partes: Aperitivo y Menú) concluye con un estupendo Apéndices De sobremesa con la carta del L'Arc-en-ciel (protagonista en forma de restaurante), con las músicas que escuchan sus comensales, la letra y la música del bolero Ayer (no explico por qué).
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